Ford y la nostalgia irlandesa
Este filme está compuesto por tres historias independientes, presentadas por Tyrone Power con una jovialidad, un talante y una presencia que llena pantalla y nos va preparando con soltura e ingenio para cada una de las narraciones que la película nos va a contar. Tiene a Irlanda (de la cual es originario Ford), como telón de fondo. Hay, pues, claramente, nostalgia fordiana, añoranza por su tierra de origen.
Se trata de una pieza singular, una rara avis y una pequeña-gran joya. El tríptico de mediometrajes aborda la morriña de Ford por sus antepasados rurales de Irlanda, por el humor oriundo y en favor político a los independentistas. La obra rezuma magia con un preciso y dinámico estilo narrativo, una inolvidable galería de personajes y una maravillosa recreación de ambientes de la Irlanda profunda.
Cada una de las tres historias va encrescendo, siendo la última la más impresionante. Los escenarios naturales, utilizados como decorado de teatro, añaden majestuosidad a la obra. La segunda historia es digna de admiración para los amantes de las buenas comedias.
Cinta que tiene momentos emotivos y entretenidos. Los personajes y las situaciones están poco desarrollados, pero tiene la película un humor glorioso y encanto a raudales.
Un título que combina la nostalgia, el encanto y las costumbres irlandesas, presentados en tres relatos o pequeñas historias magistrales por el maestro Ford.
Ford y las tres historias
En su momento, John Ford, tal vez haciendo gala de auténtico irlandés, declaró públicamente que consideraba esta película lo mejor que había hecho. Desde luego, comparada con otras, parece evidente que la cosa no es así, ya se sabe que a veces los productos artísticos están cargados emocionalmente y parece que Ford depositó sentimientos fuertes en esta cinta.
Sin embargo, no hay que negar que esta película tiene su enjundia y su calidad indiscutible que, además, al parecer llenaba las salas de cine de Nueva York en su momento.
Se trata de una película rebosante de dinamismo, de un humor sagaz y chispeante, y con un encanto excepcional. Una recopilación sencilla e intuitiva de tres cuentos irlandeses conocidos, cuyo objetivo es revelar el carácter del pueblo irlandés en algunas de sus facetas y extravagancias más joviales y encantadoras.
Al igual que la película de 1952, apenas cinco años antes, El hombre tranquilo, que ya hemos comentado en este monográfico dedicado al otro Ford, el rodaje se hizo en Irlanda.
Historia I
El primer relato está basado en el cuento de Frank O’Connor La majestad de la ley (The Majesty of the Law), que aborda el tema del orgullo y las viejas costumbres. Un coloquio deliciosamente divertido al que no le falta psicología irlandesa.
Un comisario de la policía local del cuartel de Ballinalough, se dirige meditabundo y con cautela a detener a un reconocido señor del lugar que se ha negado a abonar una pequeña multa por haberle asestado un golpe a un vecino. Pero el otro le ha llamado embustero, lo cual es inadmisible para él.
El señor recibe al policía con agrado y un fuerte abrazo, le hace entrar en su casa, fuman y hablan amistosamente. En la conversación con este venerable señor, se incorpora un vecino que destila licor, algo prohibido, pero a petición del señor, que opina que la destilación es «arte», el inspector hace la vista gorda y acaban tomando unas copas. Los diálogos no pueden ser más graciosos.
El policía admite plenamente y con comprensión el derecho del anciano irlandés a su dignidad y a que le llamen mentiroso. Además, otros amigos de encausado están dispuestos a pagar la sanción para evitar que entre en prisión. Incluso el propio agredido también le ofrece el dinero para abonar la multa. Pero el señor se niega y acaba acompañando cortésmente al policía a la comisaría para entrar en prisión.
Eso es todo. La mayor parte se desarrolla en la pequeña habitación de la cabaña del anciano irlandés, a la sombra de una torre de castillo en ruinas. Y es todo un gustazo el embriagador diálogo irlandés y las ondulantes revelaciones que se van haciendo.
Historia II
El segundo relato es adaptación de la obra teatral en un solo acto de Martin J. McHugh, Un minuto de parada (A Minute’s Wait), es el más gracioso de los tres, pletórico de vitalidad y socarronería fordianas, riquísimo en su muestrario de tipos y costumbres.
Retrata el lento ritmo de la vida irlandesa utilizando como metáfora el sistemático retraso de un tren. Cuenta lo impredecible que puede ser en Irlanda viajar al mercado en tren, pues las paradas de un minuto se pueden prolongar de forma indefinida por mil y un motivos.
Cuenta el alboroto en una estación de ferrocarril rural cuando llega el pequeño tren y su silbante locomotora. La gente salta dentro y fuera de los vagones por las puertas laterales, hay pintas de cerveza en la cantina y cuentos que relata el maquinista; se cargan cabras y langostas en compartimentos de primera clase, compartimentos ocupados por una pareja inglesa estirada y repelente; y hay alegría general y el amor de la cantinera hacia el maquinista.
Un enjambre de actores y actrices zumban en este escenario puramente burlesco con idas y venidas, que se va el tren, pero no se va y todo vuelve a comenzar, especialmente en la cantina, y otra vez, y más, a mí me ha recordado a las películas de Jacques Tati.
Historia III
El tercer y último de los relatos está inspirado en el famoso drama de un solo acto de Lady Gregory, cuyo título es el mismo de la película La salida de la luna (The rising of the Moon), que es parte de la letra de una canción revolucionaria en favor de la independencia irlandesa, como se ve hacia el final. Pero lo que se narra aquí transcurre en 1921, época de los problemas en Irlanda.
En esta versión, reelaborada por Frank S. Nugent, se hace un buen trabajo de guion. Estamos en la efervescencia de la crisis entre irlandeses y británicos, que vemos, entre otros, en un encuentro con los odiados negro y caqui. El término Negro y Caqui (Black and Tans) se refiere a la Fuerza de Reserva de la Real Policía irlandesa, que era una de las dos fuerzas paramilitares empleadas en 1920 y 1921, para reprimir la revolución en Irlanda.
Es la historia de la «liberación» de un patriota irlandés condenado a la horca en una prisión de Galway; toda la gente camina en las calles aledañas a la prisión rezando el rosario y entonando canciones católicas, cuando un par de monjas (falsas) maniobran con astucia haciéndose pasar una de ellas como hermana del reo.
De esta guisa logran entrar en la celda del preso para despedirse y el condenado sale bajo uno de los hábitos de monja, y consigue escapar. Desenlace emocionante que, de nuevo, hará que salten las chispas del humor con la conversación del policía irlandés y su esposa; y al final cantará la canción revolucionaria mientras el prisionero escapa en una barca ante sus propias narices.
Dennis O’Dea es divertido en el papel de policía, Eileen Crowe interpreta bien a su esposa y Frank Lawton ofrece una buena interpretación como oficial británico.
Cerrando
Es una película encantadora, de esas que enamoran. El ingenio empleado por Ford, el retrato que hace de ciertos tics culturales, costumbres y sobre la idiosincrasia del pueblo irlandés son, amén de perspicaces, muy divertidos de ver.
Con un modesto y ajustado presupuesto resulta una película lamentablemente infravalorada e ignorada en la magna obra de Ford, siendo que es un filme hecho con incontestable maestría. Una deliciosa e imperecedera lección de cine que concluye en una magnífica película de principio a fin.
Es seguro que Ford hizo esta película como un trabajo personal y de amor a su tierra, con curiosos personajes irlandeses, con desbordante de sentimentalismo y vis cómica, amén de las canciones que recorren su idílico relato en blanco y negro, con fotografía de Robert Krasker.
Genialmente interpretada, tiene también una brillante dirección artística y gran en escena y guion. La verdad, me alegra mucho haberla podido visionar, aunque no hace mucho de esto, y me atrevo a recomendarla, sobre todo a los más jóvenes, como importante pieza en la filmografía de Ford.
Escribe Enrique Fernández Lópiz