No eran imprescindibles (They were expendable, 1945), de John Ford

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Cuando los prescindibles son esenciales en la guerra

Única película bélica del maestro John Ford que se desarrolla en la II Guerra Mundial. Como es sabido, durante este conflicto, sirvió en la Marina de los Estados Unidos como oficial de los servicios cinematográficos.

Ford con esta obra parece haber volcado sus vivencias y emociones acumuladas durante la guerra, en una combinación de amargura personal y aceptación benigna del deber. Un conmovedor relato de la suerte de un escuadrón de lanchas PT a medida, cuyas unidades se van reduciendo hasta la retirada de Filipinas.

Dirigida por Ford, con guion de Frank Wead, adaptación del libro homónimo de William L. White, la película narra la historia de una unidad de lanchas torpederas de la Marina de los Estados Unidos durante la invasión japonesa de Filipinas en la Segunda Guerra Mundial. Era el comienzo de la contienda, poco después del ataque a Pearl Harbor, con unas fuerzas USA impróvidas y en dificultades.

La película sigue a los tenientes John Brickley (Robert Montgomery), el pionero de las torpederas, y Rusty Ryan (John Wayne), quienes lideran una escuadrilla de lanchas en su lucha contra las fuerzas japonesas. A medida que la situación en Filipinas se deteriora, la unidad se enfrenta desafíos cada vez mayores, desde la falta de recursos hasta la constante amenaza de ataques enemigos. La historia se centra en su valentía y sacrificio, destacando la importancia de su misión a pesar de ser considerados «prescindibles» por el alto mando.

El escuadrón de pequeñas lanchas equipadas con torpedos debe cubrir la retirada del Pacífico de las fuerzas estadounidenses tras Pearl Harbor. La combinación de docudrama, emotividad y sentido del ritmo concluye en una cinta de gran envergadura y de un romanticismo sorprendentemente pesimista.

Porque esta película es un relato semidocumental de un punto de inflexión táctico muy menor (la gran victoria, casi inadvertida en la parte final, no es contra los japoneses, sino que la Marina escuchó finalmente a los héroes), pero que en realidad es una visión profundamente romántica del heroísmo de los militares rasos.

John Ford, conocido por su habilidad para capturar la vida castrense con autenticidad, ofrece una visión única y emotiva de los soldados anónimos y sus sacrificios. En lugar de centrarse en grandes gestas épicas, Ford pone el foco en la vida cotidiana y las pequeñas batallas de estos soldados. La película es notable por su tono sombrío y realista, que refleja la desesperación y el heroísmo de los personajes.

Las actuaciones de Robert Montgomery y John Wayne son destacables. Montgomery, quien también sirvió en la Marina durante la guerra, aporta una autenticidad especial a su papel. John Wayne, conocido por sus papeles heroicos, muestra una faceta más vulnerable y humana en esta película. Donna Reed, en el papel de la enfermera Sandy, añade una dimensión emocional a la historia, representando el lado humano y la presencia un tanto forzada del amor en el conflicto.

La película tiene un gran mérito por su realismo y por poner el foco en los sacrificios de los soldados comunes. Se demuestra la capacidad de Ford para transmitir una sensación de monotonía y agonía, mostrando cómo estos soldados, aunque considerados prescindibles, son esenciales para la historia. La composición visual y la manera en que Ford maneja las escenas de reparación de las lanchas torpederas simbolizan la lucha constante y la resiliencia de los personajes.

Una llamada de atención al soldado desconocido, lo cual hace desviando el objetivo de su cámara en cada momento, girando de los lugares o personajes donde supuestamente debemos mirar, o de las grandes gestas épicas a las que Hollywood es tan proclive. En este filme, Ford enfoca allí donde menos cosas pasan. Toda una declaración de principios.

Se centra en la tropa anónima dedicada a manejar y reparar pequeñas lanchas torpederas.

Tropa anónima dedicada a manejar y reparar pequeñas lanchas torpederas. Pero el posterior desarrollo de la guerra en el Pacífico y cuanto ello implica para el devenir de la guerra en su conjunto, depende de esa batalla que Ford, genial y patriota americano a carta cabal, decide contarnos en elipsis.

Sin héroes manifiestos, sin mayores planos heroicos. En esta cinta los héroes son otros. Soldadesca de vida gris, soldados que nunca pasarán a la Historia con mayúscula. El maestro, desechando el espectáculo, pone en valor su enorme capacidad en la composición de planos y la puesta en escena, filmando con sensacional atención cómo se repara una lancha cuyo motor está fallando, porque eso eran los entresijos de una guerra que, contra un Japón ensoberbecido, costó sudor y lágrimas.

Al final, dos rezagados (Louis Jean Heydt, Leon Ames) consiguen un lugar en el último avión de transporte que sale antes de que los japoneses invadan una isla filipina, porque los oficiales subalternos que deben ocupar los lugares se retrasan. Pero son desplazados cuando aparecen finalmente y estos son sacados de entre el pasaje y quedan librados a su suerte.

A mí me parece que por esto y por todo el metraje de heroísmo de bajo perfil (si se puede hablar así), esta es una de las grandes películas de guerra hollywoodienses, que fue realizada durante el transcurso de la misma guerra.

Su enfoque en los detalles cotidianos y los sacrificios personales de los soldados dejó una marca duradera.

Cuando se estrenó la película, cuatro años después, la guerra había cambiado sustancialmente, lo que le dio a este relato de campaña perdida y retirada a toda prisa casi humillante, una sensación triste, noble pero condenada, de inmolación a corto plazo que fue por el bien de todos y del país, un mensaje épico e incluso lagrimoso que define el carácter fordiano.

Como dejó escrito K. Newman en Empire Online: «Una película de guerra con suficiente honor y heroísmo para hacer llorar a un hombre adulto».Comouna posdata cinematográfica al calor y la pasión marciales de los cuatro años anteriores de fuego y sudor frío.

Hay incluso una innecesaria historia de amor exigida por la productora, de Wayne con una bella enfermera encarnada por Donna Reed, que es resuelta sin contemplaciones y con soltura por Ford. De manera que queda liquidada, tal vez con un poco enojo, en unos pocos minutos, como quien debe acatar sin convencimiento y disciplinadamente una orden irrazonable. Pero el genio de Ford hace que hasta ese pegote sentimental al que le obligan, resulte algo diferente.

Es considerada una de las mejores películas bélicas de su época y ha influido en muchas otras del género. Su enfoque en los detalles cotidianos y los sacrificios personales de los soldados dejó una marca duradera en la forma en que se representan las historias de guerra en el cine.

Escribe Enrique Fernández Lópiz

La forzada e impuesta historia de amor es liquidada por Ford con rapidez.