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En esta sección
comentaremos los filmes proyectados en la Filmoteca de la Generalitat
Valenciana que difícilmente podríamos contemplar fuera de su ámbito.
Son las joyas de la programación, películas raras o inencontrables,
que van siendo recuperadas por los restauradores y que perviven
gracias a los esfuerzos de las cinematecas, que sólo con esos rescates
justificarían más que sobradamente su existencia.
It's
all true
(Todo es verdad), 1942
Por Antonia del Rey
Nacionalidad:
USA. Dirección y guión: Orson
Welles. Reconstrucción:
Richard Wilson, Myron Meisel y Bill Krohn. Fotografía:
Gerge Fanto y Gary Graver. Música:
Jorge Arriagada. Montaje: Ed
Marx. Intérpretes: Manuel ŒJacare¹,
Olimpio Meira, Jerónimo André de Souza, Raimundo ŒTata¹ Correia Lima,
Manuel ŒPreto¹ Pereira da Silva, Jose Sobrinho y Francisca Moreira da
Silva.
Esta película constituye uno de esos ejemplos (por desgracia no
demasiados raros en la historia del cine) de filme inacabado que, pese al
interés de su director, acabó por escapársele de las manos y nunca pudo
recuperarlo para darle la forma final. Efectivamente, Welles ni siquiera
tuvo la oportunidad de ver el material filmado, aunque hasta el fin de sus
días abrigó la esperanza de hacerse con él para poder organizarlo y
montarlo. Y es que el joven Orson, que se había visto abocado a asumir
una empresa en principio poco clara para él, pero que lo obligaba
moralmente, por tratarse de un material concebido por el Departamento de
Asuntos Interamericanos del gobierno de Nelson Rockefeller para potenciar
las actividades de propaganda antinazi en Suramérica, acabó entusiasmándose
con el proyecto, una vez que empezó a descubrir la cultura y las gentes
de Brasil. Porque de eso se trataba en principio, de realizar un
documental sobre el carnaval brasileño y Welles, que según confesión
propia no sabía casi nada del tema, asumió el proyecto por voluntad
propia y sin cobrar un céntimo, por un imperativo moral que, como a todo
buen demócrata, lo obligaba a luchar contra el fascismo que desde Europa
alargaba sus tentáculos hacia Latinoamérica.
Sucedió que cuanto más filmaba y más vivía Brasil, más se dejaba
subyugar por su cultura y su música. La samba conquistó al joven artista
y, cuando soñaba con centrar toda la filmación en esa música y ³recuperarla
de su estado moribundo², las páginas de los periódicos dieron a conocer
una noticia que causó el asombro social: cuatro jangadeiros
habían navegado en sus humildes balsas cinco mil kilómetros, desde el
norte del país hasta Río de Janeiro, para quejarse ante el presidente de
sus miserables condiciones de vida. Welles compartió el interés general
y decidió que ese sería el tema definitivo de su película. Utilizó a
los jangadeiros como actores, vivió con ellos en sus aldeas de
pescadores y rehizo la singladura original. Sin embargo, el destino le jugó
una mala pasada, porque durante el rodaje el líder de los balseros,
Jacare, se expuso más de la cuenta, cayó de la balsa y no pudo ser
encontrado. Esta sólo fue el principio de las desgracias que se cernieron
sobre la película, cuyo rodaje quedó suspendido cuando la productora RKO
se negó a seguir gastando dinero en un proyecto que dejó de interesarle.
Sucesivos desencuentros de Welles con aquella acabaron ocasionando su
despido y fundamentaron la leyenda que lo encasillaba como un director
despilfarrador.
Hasta aquí hemos relatado algunas peripecias de la compleja génesis de
esta película. Lo que se vio en la Filmoteca fueron ³los restos del
naufragio², eso sí, debidamente reconstruidos y hasta arropados por una
entrevista en la que el propio director comentaba algunos de los problemas
habidos en durante su frustrada realización. De los cuatro episodios que
en su origen debían componer el filme, sólo queda completo Cuatro
hombres en una balsa, precisamente el que se centra en la aventura de
los jangadeiros. Ni que decir
tiene que, al contemplar sus imágenes, se descubre que todo el entusiasmo
con el que Welles lo definió durante años estaba más que justificado.
En efecto, por medio de una fotografía que se sirve de forzadas
angulaciones se obtienen imágenes deslumbrantes de gran belleza plástica.
Del mismo modo, al dirigir a los actores, Welles consigue extraer de ellos
lo mejor de sí mismos obteniendo unos registros interpretativos sinceros,
espontáneas y de gran fuerza expresiva. La galería de rostros, el
movimiento de los grupos en la aldea de pescadores o la expresión del
duelo cuando la tragedia se cierne sobre la comunidad sobrecogen por la
poesía dramática que destilan las elaboradas imágenes que, a través de
la amplia gama de grises que propicia la exquisita fotografía, plasman la
fuerza de una naturaleza viva y poderosa y demuestran, al tiempo, la gran
maestría del joven realizador, que no baja la guardia y consigue dominar
el rodaje en exteriores con la misma maestría y desenvoltura que había
desplegado en sus dos películas anteriores filmadas en estudio, Citizen Kane (Ciudadano Kane),
1941, y The Magnificent Ambersons (El
cuarto mandamiento), 1942.
En cualquier caso, la película de Welles evidencia una deuda formal con
un cineasta que como él se dejó seducir por la naturaleza de un país
lejano y sus gentes. Hablamos de Sergei Mihailovich Eisenstein, que una década
antes había sucumbido a la belleza del paisaje mexicano y a la riqueza
cultural de sus habitantes. Welles nunca ha comentado cuándo ni cómo
conoció la obra del cineasta ruso, pero resulta imposible no relacionar
determinados rasgos de su estilo con los de aquel. Algo en el encuadre de
cada plano de este relato remite a ¡Qué
viva México1 y, en general,
a la poética fílmica del maestro soviético. Un hecho este que, si bien
no resta ni un ápice a la admiración que suscita el potente estilo
realizador wellesiano, viene, sin embargo, a confirmar el permanente diálogo
sostenido entre obras de arte, artistas y público, en una afortunada
ceremonia de retroalimentación cultural inacabable.
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