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Cada mes rendiremos
homenaje a un título de especial interés o a un director de actualidad
por un estreno reciente. Nuestra intención es ofreceros distintos puntos
de vista sobre el personaje o la película elegida. Este mes, el estreno
del film "Infiel" nos anima a hablar de Liv Ullmann e Ingmar
Bergman, y lo hacemos en cinco artículos:
-
El
infierno son los otros
-
Estructura
de la narración
-
Infidelidades
-
Quitarse
la máscara
-
Culto
a la luz
EL INFIERNO SON LOS
OTROS
por Adolfo Bellido
Un terrible alegato sobre las relaciones humanas es lo que narra Infiel la segunda película que la actriz Liv Ullmann realiza sobre
una historia de corte autobiográfico de Ingmar Bergman. Un preciso y
adulto guión (valorable sobre todo hoy, en el que guiones suelen estar
muy mal estructurados) escrito por Begman sirve para que Ullmann muestre
su saber y profesionalidad. Fue una de las mujeres y de las actrices del
gran realizador sueco. Hoy, cuando se buscan falsos maestros, se debería
volver la vista hacia el hombre en el que hay que mirarse como referente
de la –extraordinaria- cultura de una parte de la segunda mitad del
siglo XX. La comparación
de su obra con parte de la de uno de sus discípulos, como puede ser la de
Woody Allen, no hace más que demostrar la diferencias entre el original y
la copia o si se quiere la diferencia que existe entre la cultura de los años
cincuenta-sesenta y entre la de los ochenta y noventa, aunque en el fondo
entre ambos, y otros, realizadores exista el abismo entre la cultura
europea y la norteamericana, lo genuino frente a lo light. Bergman
nos refleja nuestros fantasmas e ideologías mientras que Allen, como un
anuncio de Coca-Cola, representa la vulgaridad de sus compatriotas empeñados
en ser cultos no siendo eso más (como muestra en
Granujas de medio pelo,
su divertida última película y, aquí, tan distante a la ideología del
realizador sueco) que un barniz que oculta la falta de preparación, saber
y/o educación de una sociedad que se mueve por el triunfo y el dinero a
costa de lo que sea.
Hace años Liv Ullmann había protagonizado, junto al actor que en Infiel representa a Bergman, un filme tan magnifico y doloroso como Secretos
(o Escenas) de un matrimonio (de
ambas maneras es conocida la película). Aquel filme es el antecedente de
este, uno y otro se unifican y se presentan como la
continuación y culminación de una trayectoria. El demonio del
matrimonio presentado en diversas etapas ofrece ahora el repaso a una vida
donde el juego parece ser el elemento primordial de la dura existencia. Un
juego donde los personajes son auténticas marionetas de si mismas
maniobrando con obtusas intenciones sin tener en cuenta el efectos de las
acciones realizadas.
Se puede intuir la figura de Bergman detrás de la escritura y de
las imágenes, de esta película. No sería honesto, no obstante, destacar
únicamente a Bergman, porque las virtudes de Ullmann, la directora de
esta sensacional obra, son muchas y forman igualmente parte tanto del
particular mundo del realizador sueco como de su brillante transposición
fílmica. Bien es verdad que los principales temas bergmanianos acceden a
esta terrible y dolorosa historia pero también lo es que el dibujo de Ullmann
es propio y personal por vivido y cercano. He hablado anteriormente de la
relación de Infiel con Escenas
de un matrimonio pero no se puede olvidar que en la película de Ullmann
existen otras muchas referencias del cine bergmaniano. Indicaré:
-
la búsqueda de la razón de la
actual existencia. Todos somos lo que somos en función de nuestro
pasado, de lo que hicimos o dejamos de hacer. Nuestra existencia nos
ha marcado;
-
la duplicidad de unos con otros.
Se es como el anverso y reverso
de una moneda. Cuerpo y espíritu. Alguien que se mira en un espejo
mientras se devuelve la mirada. Somos derecha e izquierda, la
referencia duplicada de nosotros mismos. Hablamos y escuchamos. Es
ejemplar en ese sentido Persona, una de las más grandiosas, y maduras, obras de Bergman.
Allí dos mujeres se reflejaban en una o mejor ambas eran la expresión,
o representación, de una sola. En éste filme eso también ocurre,
esposo y amante se funden en uno único personaje y ambos a la vez son
el espejo en el que se mira el anciano Bergman, recluido en su isla de
Faro, tratando de comprender sus actuaciones pasadas o al menos de
personarse por ellas. ¡Que bello instante aquel en que
Bergman-personaje acaricia a David (el ser que ayer, joven, paseaba su
presunción y egoísmo por el mundo! Es, eso momento, como la aceptación,
o el encuentro de un personaje, por el otro. El anciano que no puede
recuperar su juventud perdida pero que al menos la acepta;
-
el egoísmo que destilan
todos los personajes masculinos de los filmes de Bergman, y, por
supuesto, también los aquí presentes. El compositor pide a su hija
pequeña que se suicide con él, mientras que el director de cine no
tiene reparo alguno en engañar a su mejor (¿) amigo, acostándose
con su mujer. Lo más asombroso es que detrás del egoísmo de sus
personajes aparezca reflejado el del propio director. Pocos autores
han sido capaz de desnudar sus almas de la manera que lo ha hecho
Bergman. Otros se han escondido procurando una imagen que nada tiene
que ver en realidad con la suya. Bergman no lo hace. Parece que
necesita lacerarse con su propia soberbia, su sentido del “yo”.
Confesiones terribles, aplastantes, dolorosas. Un gran autor reconociéndose
lleno de culpabilidades, debilidades y actuaciones odiosas con el fin
de alcanzar lo que más desea en un determinado momento. Parece que
los otros no existen o, al menos, no importan.
-
la existencia de un camino
vital, real o metafórico que implique la forma de encontrarse con uno
mismo. Se trata de un viaje interno dado, o no, por medios externos.
Ese viaje en Infiel se
muestra por medio de la búsqueda del pasado, un viaje al fondo de la
mente para encontrarse con (y no en el) ayer. En una de las mayores
películas de Bergman, Fresas salvajes, el viaje de un anciano para ser nombrado doctor honoris
causa de la Universidad servía como reflexión de una vida (el
mismo esquema de la película citada fue utilizado por Woody Allen en Desmontando
a Harry). Es magnífico el planteamiento de Bergman en aquel filme
y que Ullmann, en cierta manera, lo transporta a su película. Se
trata de que un personaje anciano vea, quizás como una película (¿no
se corresponde esa visión a la de un “pase” de hechos y
situaciones por –y en- nuestra mente?) los sucesos que vivió en el
pasado. Somos los seres de hoy que vemos el ayer como era pero visto
desde hoy. Es decir, las gentes y los lugares se mantienen encerrados
en el tiempo mientras que nosotros somos –y estamos- en el hoy. Por
su intemporalidad el pasado será eterno, suspendido del momento en
que ocurrió, mientras que el pensador lo ve desde su temporalidad. De
ahí que Bergman anciano llama a sus fantasmas del ayer para sentirlos
–y verlos- como eran. No es raro que en la película esté presente
la cámara de cine. Es el objeto de reflexión, se ha vuelto a
rebobinar nuestra vida, y la pantalla envía nuevamente las imágenes
tal cual eran.
Infiel es a la vez la
historia de un adulterio sin sentido, cumplimentado como un juego y
lanzado como una pasión dolorosa. La película, vista desde el
hombre-amante, habla de ella, pero podía haberse volcado sobre él
marido. Ella engaña, pero al final sabremos que el marido también lo ha
hecho. Se trata de que ninguno de la pareja conozca el engaño del otro(¡que
sutilidad la de Ulvman mostrando a la amante del músico perdida en una
escena, de forma momentánea, pasando las hojas de la composición al
marido engañador-engañado! Un hecho que sólo son capaces de lograr los
grandes directores, el todo por la parte, el dato por el hecho. Cuando
surge la amante no es forzado ya que “formaba” parte –agazapada- de
la historia). Pero, en sus juegos, unos y otros crean las redes para
ahogar, frustrar sus vidas y la de los otros. El ser humano se convierte
así en un enemigo de los otros seres. El amor da paso al odio. El
infierno son los otros, parecen mostrar las imágenes, como si de la
estela del existencialismo sartriano se alimentarán los complejos y las
dudas de la culpabilidad cristiana de Bergman
Para plantear la confesión personal Ullmann ha utilizado el monólogo.
Gran parte de la película lo es. Vemos lo que alguien cuenta, le
escuchamos decir, incluso, cual fueron las palabras que se dijeron. Al
parecer el guión original, según ha dicho la directora, era mucho más
un monólogo interno (del personaje de Bergman-actor), que el presentando
por la directora, pero la idea, el sentido sigue estando presente. No es
único cambio respecto al guión original, ya que Ullmann introdujo un
personaje muy importante (algo que el propio Bergman-real), la niña, hija
del matrimonio. Ser clave, ya que es el personaje más indefenso. Todo cae
sobre ella. Es como una marioneta movida por los invisibles hilos de todos
los demás seres. Para ellos la niña no es nadie. Hay que ver ese
extraordinario momento en que se esconde entre las sábanas para no oír
los gritos que llegan de otra habitación. Niña que engloba todo el
sentido destructivo de los farisaicos personajes que la rodean. ¿Cómo
será esa niña mañana? ¿Podrá librarse de los juegos de los que le han
hecho victima los adultos?
La cámara, o el espejo, tanto da reflejan el diálogo de alguien
consigo mismo, el enfrentamiento a su otro yo. Dominio de una parte por
otra. El resultado es el dolor, el cansancio, la frustración de la que se
escapa por la fácil marcha, la huida o el suicidio. Crueldad sin amar,
dolor de un adulterio que condena a los otros y a uno mismo. Pocas películas,
tan cruelmente como esta y sin moralina alguna, han tratado tan duramente
los sinsabores de una relación adultera.
Es impresionante el dominio de la cámara, la fotografía, la
interpretación de la que hace gala Ullmann. Cada secuencia se estructura
de acuerdo a un determinando color, que dibuja un estado de ánimo. Sirva
como modelo la secuencia del estallido de la pasión en un hotel de Paris,
instante dado por un sin fin de elementos rojizos, claro símbolo de la
incipiente relación amorosa.
Un filme tremebundo y veraz que nos acerca a esa difícil relación
entre el cine y la vida. Imprescindible para aquellos que aman el cine, la
cultura, y el compromiso. Grande, hermosa y sentida lección artística la
que la gran actriz Ullmann nos brinda en su enorme película. La sombra
del genial Bergman alea sobre la pantalla, pero sólo con su sombra, sin
el arte de la directora, no se podría haber conseguido tan gratificante
películas.
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