La historia se repite

Teníamos el antecedente con el anterior live-action de Disney, La sirenita. Si recordamos los hechos, el mundo internauta (o al menos parte de él) se llevó las manos a la cabeza cuando se supo que la actriz y cantante Halle Bailey, una chica de color, interpretaría a la heroína con cola de pez, Ariel. Lo cierto es que Bailey hizo un trabajo excepcional como la icónica sirenita y que el live-action tuvo cierta fortuna, ya que finalmente fue un producto grácil. Y hasta diríamos que también en una de las actualizaciones mejor rematadas de la colección Disney.
Cuando se anunció el protagonismo de Rachel Zegler como la nueva Blancanieves, la historia volvió a repetirse. Las redes y el mundo web pusieron toda su furia sobre la muchacha por tener origen colombiano y porque su tez, lógicamente, no es blanca como la nieve. Daba igual que Zegler hubiera demostrado su buen hacer como actriz y vocalista en la adaptación que hizo Spielberg de West Side Story. El mundo hater ya había dictaminado sentencia en su contra.
La cosa empeoró cuando salió un tráiler de la cinta y los odios aún se acentuaron más. Es curioso ver cómo, desde el primer minuto, Blancanieves ha obtenido una campaña de odio por variopintos motivos: para empezar, los enanitos no son de carne y hueso para no herir sensibilidades, pero cuando se vio la calidad del CGI los azotes fueron antológicos.
Tampoco convenció a muchos la elección de Gal Gadot como la bruja malvada; no por sus dotes artísticas sino más bien por su procedencia israelí y todas las implicaciones sociopolíticas que ello supone. Y así, podríamos seguir con las pegas que le han ido imponiendo a la cinta previamente a su estreno.
Dicho de otro modo, Blancanieves ha sido juzgada por el vulgo mucho antes de poder emitir un veredicto juicioso. ¿Y saben qué? La cinta no es tan mala, aunque sí le podemos achacar varias flaquezas que hacen que no sea un live-action de los más destacados de la factoría del ratón.
Mordemos la manzana
Para empezar, la elección de Rachel Zegler (como pasó con Halle Bailey) está absolutamente justificada, ya que es ella quizás una de las mejores decisiones de toda la cinta, temas de color de tez aparte. Desprende dulzura, canta como los ángeles, y también encarna la fuerza de una joven independiente con solvencia. Por contra, Gal Gadot se queda en simplemente correcta, ya que nos compone una bruja malvada muy poco siniestra.
Y sí. Puede que el CGI para crear a los enanitos sea un tanto extraño. De hecho, permítanme el apunte, ellos no son enanitos al uso, sino unos hombrecitos bajitos que viven en el bosque y que tienen 275 años. Pero algo habrá hecho bien este CGI (que francamente tampoco está tan mal) porque nos brinda un personaje robaplanos que logra darle un brinco al corazón: Mudito coge un protagonismo inaudito y termina por ser uno de los aciertos plenos para la nueva adaptación.
Seguimos. La cinta dura 105 minutos, bastantes más que la cinta de 1937. Por tanto, lo que vemos no es una actualización de la cinta original de Disney, sino que se trata de un argumento elongado, mucho más inspirado en la historia original de los hermanos Grimm.
Y cabe decir que el prólogo —de unos 20 minutos y absolutamente libre de comparaciones— que nos narra la infancia de la protagonista hasta el momento en el que la heroína se encuentra en el bosque con sus nuevos siete amigos, es eufórico y arrebatadamente encantador. Una vez empieza la historia por todos conocida es cuando la obra pierde su fuerza inicial, aun cuando encontramos cambios sustanciales respecto a la cinta original.

Porque cambios hay, y muchos. Blancanieves es una joven princesa, educada para servir a su pueblo, que quedará huérfana; el príncipe moreno que todos recordamos que pasaba por allí para besar a la joven y despertarla de su letargo es un joven rubio y proscrito que ni siquiera es especialmente guapo; el cazador que salva la vida de Blancanieves es de raza negra; el bosque se antoja como un sitio maléfico pero también puede revelarse como una especie de lugar bucólico lleno de luces y cervatillos; y hay nuevas partituras y números musicales, unos seis o siete en total. Y vamos a decir que las nuevas canciones son notables.
Entre tanto cambio y actualización, la cinta parece perderse. Es ahí donde se preocupa más por ser una obra lo más blanca posible y pierde toda emoción por el camino, lo que hace que todo el conjunto adolezca imperdonablemente. A toda la cinta le falta tensión, le falta el efecto melodramático que debería de mostrar.
Cuando la cinta pisa la historia clásica se vuelve en exceso blanda, sin emoción alguna. Todos los cambios sirven para suavizar el carácter tenebroso de la trama seminal. Le falta garra y atrevimiento, la bruja malvada no da ningún miedo, y todo resulta demasiado bien puesto como para que provoque un interés real. Hasta la revuelta del pueblo contra la pérfida reina carece de toda tirantez.
El realizador Marc Webb (el de los dos Spiderman de Andrew Garfield y Emma Stone) le imprime encanto y cierta magia a la cinta, pero el problema es el guion de Erin Cressida Wilson que parece haber querido borrar todo atisbo de drama de la historia original para brindar una lectura almibarada y reconfortante del mito.
Así las cosas, la cinta dista de ser el desastre total que se había vaticinado, pero tampoco es la nueva adaptación que los paladares exigentes calificarían como una bienvenida actualización. Bonita de ver y bonita de oír, pero con poco que ofrecer y menos que seguir. Y con este lema, esta Blancanieves deberá conformarse.
Escribe Ferran Ramírez
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